dilluns, 13 de febrer del 2012


Trueno
La última vez que fui a aquél pueblo de mala muerte fue cuando se murió mi madre y me quedé con mi abuela, una vieja rechoncha y amargada que te reñía sólo por mirar el reloj. Decía:
-¡No mires al reloj! ¡Cerdo! Que parece que te aburras conmigo haciendo media con la tele abierta mirando “SálvameDeluxe”.
Los vecinos del pueblo la denunciaron por los gritos que hacía, la música sevillana, que ponía a todas horas a tope y lo maleducada que era. La policía la echó del pueblo y ella se fue a una casa al medio del bosque (con migo claro).
No me dejaba ir al pueblo porque decía que me haría clases y no hacía falta tener amigos, que ella nunca había tenido y lo bien que estaba. Teníamos un gato negro con los ojos amarillos que se llamaba Trueno, era muy viejo y muy raro, se parecía a mi abuela.
 La casa era pequeña y sucia. Tenía tres habitaciones, la de mi abuela, la de Trueno, la más grande, con un jacuzzi, un sofá, una cama, y todo lo que él quería, y la mía, que solo cabía la cama y una mesita. Una cocina-comedor, con la tele, la mesa y todo. Y un sótano, con estanterías, y trastos de la abuela, estaba lleno de ratas y telarañas.
Mi abuela había cerrado todo el alrededor con una valla eléctrica para que yo no escapara y no entrase la gente del pueblo a molestar. Teníamos un huerto, gallinas, una vaca, conejos, cerdos y una cabra; mi abuela. Yo me cuidaba de todo, claro.
Aún no me he presentado, me llamo Pol. Tengo trece años, soy castaño y tengo los ojos marrones.   Soy bajo y rechoncho, mi madre me decía que ya crecería, pero mi abuela me dice que no, que seré como ella. Mi abuela se llama María, pero yo la nombro Yoya.
Me obligaba a coser ropa, planchar, cocinar, regar las plantas, limpiar… lo único que no me dejaba tocar era a Trueno, ella se cuidaba de él y lo mimaba, era su tesoro más preciado, si yo lo tocaba, me decía:
-¡Que haces! ¡Imbécil! ¡No toques a mi gato o te encierro a bajo, a la sala de las ratas, y solo podrás comer ratones y cucarachas!
También me obligaba a mirar los programas en la tele aburridos que ella miraba, hacer media, leerle cuentos de brujas, a jugar a juegos aburridos como el parchís, a cartas, a dados, a la oca y alguna vez hasta llamábamos espíritus con la guija y algún libro de brujería.
Todo esto duro seis años hasta que un día muy importante para mí, aunque fuera el inicio de mi nueva vida, se murió Yoya, mi abuela. Me desperté, i al ir al comedor me la encontré estirada al suelo, con su gato encima que me miraba fijamente con sus ojos amarillos llenos de odio. Me acerque a Yoya y vi que estaba muerta, intente ver de que había muerto pero el gato
se me lanzo encima, me araño una y otra vez, me mordió, yo intente coger una escoba y pegar-le con ella pero no pude, entonces el gato se marchó por la puerta no sé a dónde.  
Miré a mi abuela, no tenía pulso. La cogí y la lleve a fuera, la enterré al lado del huerto y plante un roble junto a ella. Aunque me había quedado solo no se me escapo ninguna lagrima, no estaba triste sino más bien alegre. Luego me fui a mi habitación, me miré en el espejo y vi que estaba lleno de arañazos así que me lo curé  y me fui a dormir. Yo no lo sabía, pero el gato me estaba mirando, escondido en la ventana junto a los geranios.
Cuando me desperté tenía el gato encima mirándome fijamente, yo lo mire también, y en sus ojos vi que estaba triste, que no quería hacerme daño, si no todo el contrario me lamio en la mejilla, y me acaricio. Luego saltó y me llevo al comedor, sobre la mesa había el testamento de Yoya, lo cogí, ponía que me dejaba la casa, y a Trueno. No ponía como parar el generador de la valla eléctrica ni donde estaba, así que lo empecé a buscar. Busque por su cuarto, a fuera, al cubierto pero no lo encontré. Busque al sótano, tampoco estaba, de pronto se fundió la bombeta, estaba todo a oscuras. Todo menos los ojos amarillos de Trueno, Trueno se acercaba
hacia mí, parecía que saltara encima de mí, cerré los ojos con fuerza, tarde cinco segundos larguísimos a oír el maullido del gato en mi espalda, encendí un encendedor me gire y vi a Trueno mordiendo una cuerda de una trampilla, la cogí y la estire y debajo había el generador, 
lo apague y subí por las escaleras hacia la reja, había todo de pájaros muertos al lado. Como que no había ninguna puerta, tuve que cortar una parte con unas tenazas. Cuando  por fin lo conseguí, dejé ir a todos los animales, la vaca, las gallinas… y me fui a preparar algo para comer yo y Trueno. Cuando habíamos comido, me fui. Trueno se quedó ahí, me hizo pena dejar-lo pero no insistí. Camine un buen rato, pero no encontraba el pueblo ni nada, me senté, tenía hambre y sed. Me quede dormido. Cuando me desperté, se había hecho de noche, se oían búhos, algún perro y ruidos de algún otro animal moviéndose. Tenía miedo. De pronto se oyó un animal moverse en un arbusto muy cercano, se me puso la piel de gallina, y… salió un animal con los ojos amarillos viniendo hacia mí, era Trueno, me había seguido, ¡Que alivio! Me acaricio, y me hizo una gran bienvenida. Nos quedamos dormidos hasta que se hizo de día, luego caminamos hasta el anochecer que nos encontramos una fuente, bebimos agua, y vimos un hombre acercándose a nosotros:
-Hola ¿Qué haces aquí solo?, ¿qué te has perdido?, ¿de dónde eres?.
-Mi abuela se ha…muerto y me he quedado solo con mi gato, y queríamos ir al pueblo. ¿Por dónde es?
-¡Ui! Está muy lejos de aquí. Si quieres puedes venir a casa te daremos algo de comer.
Así que me fui con él en su casa, y me dio ropa limpia y nos dejó quedar en su casa unos días, pero nos quedamos a vivir con él, porque solo no podía hacer toda la faena y nosotros
 no teníamos con quien ir. Trueno cazaba ratones y sargantanas, y nos hacia compañía, nos habíamos hecho muy amigos. 

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