Trueno
La última
vez que fui a aquél pueblo de mala muerte fue cuando se murió mi madre y me
quedé con mi abuela, una vieja rechoncha y amargada que te reñía sólo por mirar
el reloj. Decía:
-¡No mires
al reloj! ¡Cerdo! Que parece que te aburras conmigo haciendo media con la tele
abierta mirando “SálvameDeluxe”.
Los
vecinos del pueblo la denunciaron por los gritos que hacía, la música
sevillana, que ponía a todas horas a tope y lo maleducada que era. La policía
la echó del pueblo y ella se fue a una casa al medio del bosque (con migo
claro).
No me
dejaba ir al pueblo porque decía que me haría clases y no hacía falta tener
amigos, que ella nunca había tenido y lo bien que estaba. Teníamos un gato
negro con los ojos amarillos que se llamaba Trueno, era muy viejo y muy raro,
se parecía a mi abuela.
La casa era pequeña y sucia. Tenía tres
habitaciones, la de mi abuela, la de Trueno, la más grande, con un jacuzzi, un
sofá, una cama, y todo lo que él quería, y la mía, que solo cabía la cama y una
mesita. Una cocina-comedor, con la tele, la mesa y todo. Y un sótano, con
estanterías, y trastos de la abuela, estaba lleno de ratas y telarañas.
Mi abuela
había cerrado todo el alrededor con una valla eléctrica para que yo no escapara
y no entrase la gente del pueblo a molestar. Teníamos un huerto, gallinas, una
vaca, conejos, cerdos y una cabra; mi abuela. Yo me cuidaba de todo, claro.
Aún no me
he presentado, me llamo Pol. Tengo trece años, soy castaño y tengo los ojos
marrones. Soy bajo y rechoncho, mi
madre me decía que ya crecería, pero mi abuela me dice que no, que seré como
ella. Mi abuela se llama María, pero yo la nombro Yoya.
Me
obligaba a coser ropa, planchar, cocinar, regar las plantas, limpiar… lo único
que no me dejaba tocar era a Trueno, ella se cuidaba de él y lo mimaba, era su
tesoro más preciado, si yo lo tocaba, me decía:
-¡Que
haces! ¡Imbécil! ¡No toques a mi gato o te encierro a bajo, a la sala de las
ratas, y solo podrás comer ratones y cucarachas!
También me
obligaba a mirar los programas en la tele aburridos que ella miraba, hacer
media, leerle cuentos de brujas, a jugar a juegos aburridos como el parchís, a
cartas, a dados, a la oca y alguna vez hasta llamábamos espíritus con la guija
y algún libro de brujería.
Todo esto
duro seis años hasta que un día muy importante para mí, aunque fuera el inicio
de mi nueva vida, se murió Yoya, mi abuela. Me desperté, i al ir al comedor me
la encontré estirada al suelo, con su gato encima que me miraba fijamente con
sus ojos amarillos llenos de odio. Me acerque a Yoya y vi que estaba muerta, intente ver de que había
muerto pero el gato
se me
lanzo encima, me araño una y otra vez, me mordió, yo intente coger una escoba y
pegar-le con ella pero no pude, entonces el gato se marchó por la puerta no sé
a dónde.
Miré a mi
abuela, no tenía pulso. La cogí y la lleve a fuera, la enterré al lado del
huerto y plante un roble junto a ella. Aunque me había quedado solo no se me
escapo ninguna lagrima, no estaba triste sino más bien alegre. Luego me fui a
mi habitación, me miré en el espejo y vi que estaba lleno de arañazos así que
me lo curé y me fui a dormir. Yo no lo
sabía, pero el gato me estaba mirando, escondido en la ventana junto a los
geranios.
Cuando me
desperté tenía el gato encima mirándome fijamente, yo lo mire también, y en sus
ojos vi que estaba triste, que no quería hacerme daño, si no todo el contrario
me lamio en la mejilla, y me acaricio. Luego saltó y me llevo al comedor, sobre
la mesa había el testamento de Yoya, lo cogí, ponía que me dejaba la casa, y a
Trueno. No ponía como parar el generador de la valla eléctrica ni donde estaba,
así que lo empecé a buscar. Busque por su cuarto, a fuera, al cubierto pero no
lo encontré. Busque al sótano, tampoco estaba, de pronto se fundió la bombeta,
estaba todo a oscuras. Todo menos los ojos amarillos de Trueno, Trueno se
acercaba
hacia mí,
parecía que saltara encima de mí, cerré los ojos con fuerza, tarde cinco
segundos larguísimos a oír el maullido del gato en mi espalda, encendí un
encendedor me gire y vi a Trueno mordiendo una cuerda de una trampilla, la cogí
y la estire y debajo había el generador,
lo apague
y subí por las escaleras hacia la reja, había todo de pájaros muertos al lado.
Como que no había ninguna puerta, tuve que cortar una parte con unas tenazas.
Cuando por fin lo conseguí, dejé ir a
todos los animales, la vaca, las gallinas… y me fui a preparar algo para comer
yo y Trueno. Cuando habíamos comido, me fui. Trueno se quedó ahí, me hizo pena
dejar-lo pero no insistí. Camine un buen rato, pero no encontraba el pueblo ni
nada, me senté, tenía hambre y sed. Me quede dormido. Cuando me desperté, se
había hecho de noche, se oían búhos, algún perro y ruidos de algún otro animal
moviéndose. Tenía miedo. De pronto se oyó un animal moverse en un arbusto muy
cercano, se me puso la piel de gallina, y… salió un animal con los ojos
amarillos viniendo hacia mí, era Trueno, me había seguido, ¡Que alivio! Me
acaricio, y me hizo una gran bienvenida. Nos quedamos dormidos hasta que se
hizo de día, luego caminamos hasta el anochecer que nos encontramos una fuente,
bebimos agua, y vimos un hombre acercándose a nosotros:
-Hola ¿Qué
haces aquí solo?, ¿qué te has perdido?, ¿de dónde eres?.
-Mi abuela
se ha…muerto y me he quedado solo con mi gato, y queríamos ir al pueblo. ¿Por
dónde es?
-¡Ui! Está
muy lejos de aquí. Si quieres puedes venir a casa te daremos algo de comer.
Así que me fui con él en su casa, y me dio ropa limpia y nos dejó quedar en
su casa unos días, pero nos quedamos a vivir con él, porque solo no podía hacer
toda la faena y nosotros
no teníamos con quien ir. Trueno
cazaba ratones y sargantanas, y nos hacia compañía, nos habíamos hecho muy
amigos.